El Molino y La Torre de Gárabo


La verdad es que el molino está un poco escondido y por ello tiene más encanto. También es verdad que no está para muchos trotes, de eso la culpa la tenemos todos y entre todos tenemos que ponerle remedio ya mismo. El camino no es que sea muy largo, unos diez minutos, hay que tirar por el monte, detrás de la casa de Ponciano, bajar y subir un poco, curva a la izquierda, otra bajadita y allí nos lo encontramos. Aquí mismo lo tenemos.

Está que da pena, otra cosa más que hay que arreglar más pronto que pitando. Recuerdo los tiempos en los que con el carro y una buena pareja de bueyes, sacos de trigo que iban, sacos de harina que volvían y en medio todo un día de trabajo, por turnos: un día molía un vecino, otro día otro. Aquí no había molinera ni corregidor. Lo que si había era una llave que controlar y la pena es que el molino dejó de utilizarse y que esa llave se habrá perdido, porque si esa llave nos se hubiera perdido, el molino permanecería cerrado y tal vez estuviera en mejor estado. Lo de moler el trigo era algo alucinante, la tarea que había que hacer no importaba con tal de estar en el molino, que era lo verdaderamente importante, ver moverse la rueda, oír el ruido, oír el río ... La comida y la merienda en pleno monte y a la orilla del río y además ver moler al molino, ¡más no se podía pedir! Bueno si que nos pedían más cosas, avisar cuando el saco de harina se llena, cuando ya no caía más harina para llenar el recipiente del trigo, una vez mas controlar de producción. Mientras, los bueyes seguían uncidos y comiendo hierba a sus anchas y sin trabajar, había que vigilarlos para que no se fueran muy lejos, que comieran para coger fuerzas, ya que al final tenían que subirse la cuesta con el carro lleno de harina, la misma que se bajaron por la mañana con el carro lleno de trigo, y la cuestecita se las trae, llena de piedras, con una buena curva ¡y con el carro lleno!


También eran espeluznantes las ratas que había en el molino. Siempre había cepo y alguna caía. Te miraban sin miedo, entrabas en su casa, les brillaban los ojos, había que tenerlas alejadas del trigo y de la harina. Uno de los momentos más expectantes era cuando se abría el molino, con la llave que pesaba casi un kilo y lo primero que se hacía era ver si había alguna rata tiesa en el cepo. Si no había, mala suerte, si había rata muerta, otro alucine: había que quitarla del cepo, y cogiéndola del rabo tirarla bien lejos. Naturalmente, al final de la tarea, antes de cerrar el molino había que dejar el cepo bien puesto. El molino ya ves como está, ya no hay ni ratas. Digo yo que no costará mucho una puerta nueva, adecentarlo un poco y tres o cuatro, o cinco o seis veces al año organizar una buena merienda para recordar sus buenos tiempos.

La Torre de Gárabo

La Torre de Gárabo

Como La Torre de Pisa, solo que no tan torcida y mas pequeña


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